USAID, NED y CIA la agresión permanente
Jean-Guy Allard y Eva Golinger
(Introducción)
La Revolución Cubana ha sido víctima de las agresiones
imperiales durante medio siglo. Atentados de magnicidio contra el comandante
Fidel Castro, invasiones militares, actos terroristas, operaciones
psicológicas, guerra biológica, guerra climática, bloqueo económico, terrorismo
diplomático, contrainsurgencia y subversión, son algunas de las tácticas y
estrategias de agresión ejecutadas contra la isla caribeña durante las últimas
cinco décadas. El inmenso esfuerzo imperial para asfixiar y destruir el proceso
cubano con estos mecanismos de terror ha evidenciado su determinación para
impedir el éxito de un modelo desafiante. Aunque no han logrado su objetivo —no
han podido romper la moral y el avance de la Revolución— los Estados Unidos
siguen diseñando y aplicando nuevas técnicas y modalidades de injerencia,
intentando fracturar la fortaleza revolucionaria que caracteriza a Cuba.
El siglo XXI trajo nuevos desafíos para el imperio
estadounidense. Con sus ojos puestos en el otro lado del mundo, no vieron con
precisión el renacimiento de las revoluciones por toda América Latina.
Subestimaron las capacidades de los pueblos latinoamericanos y la visión de sus
líderes. Cuando voltearon, ya Venezuela había tomado un camino irreversible, y
las raíces de la Revolución Bolivariana estaban extendiéndose por todo el
continente. La semilla de esperanza, de dignidad y de liberación que Estados
Unidos intentó contener en Cuba estaba germinando por toda la región. Los
pueblos se estaban levantando, la llama de la libertad soberana estaba prendida
de nuevo. No había marcha atrás.
De inmediato, Washington activó sus redes al sur de la
frontera, donde ya desde décadas mantenía grupos paramilitares, organizaciones
políticas, medios de comunicación, instituciones y agencias a su servicio.
Reiniciaron la maquinaria de agresión, ésta vez a una escala mayor. Las garras
imperiales intentaban sumergirse en las tierras libres de Venezuela y luego en
Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua, y en cualquier rincón que olía a
revolución.
El golpe de estado en Venezuela en 2002 fue la primera señal
del retorno de la mano imperial de Estados Unidos en América Latina. Washington
siempre ha mantenido un alto nivel de intervención en la región para asegurar
su dominación, pero con la excepción de Cuba, durante los años previos al
inicio de la Revolución Bolivariana en Venezuela había cierta “estabilidad” de
la política imperial en las Américas. El modelo neoliberal y la democracia
representativa fueron efectivamente impuestos por Estados Unidos en casi todos
los países latinoamericanos durante los años noventa. Y cuando Venezuela salió
del cuadro, Washington respondió con furia.
Cuando el golpe de estado fue derrotado por el pueblo
venezolano junto a sus fuerzas armadas leales, y el Presidente Hugo Chávez regresó
al poder, las agencias estadounidenses tuvieron que repensar sus tácticas.
Luego vino el paro petrolero y el sabotaje económico, junto al inicio de una
brutal guerra psicológica y mediática. Al mismo tiempo, había insurrección en
Bolivia. Los movimientos indígenas, los cocaleros y campesinos estaban ganando
fuerzas tras el liderazgo de Evo Morales. En Ecuador, el descontento popular
con los gobiernos corruptos causó una grave crisis institucional, y la demanda
del pueblo para reconstruir un sistema podrido logró sacar gobierno tras
gobierno que no representaban sus intereses.
Durante este periodo, Washington estaba moviendo sus piezas,
aumentando el financiamiento a los partidos políticos y las organizaciones no
gubernamentales que promovían su agenda. Las dos principales agencias financieras
de Estados Unidos, establecidas para realizar gran parte del trabajo de la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) pero con una fachada legítima, ampliaron
su presencia por toda América Latina. La Agencia del Desarrollo Internacional
de Estados Unidos (USAID) y la National Endowment for Democracy (NED)
cuadruplicaron los fondos entregados a sus aliados en Venezuela, Bolivia,
Ecuador y Cuba del 2002 al 2006. Sólo en Venezuela, invirtieron más de 50
millones de dólares en ese tiempo para alimentar a los grupos de la oposición,
promoviendo adicionalmente la creación de más de 400 nuevas organizaciones y
programas para filtrar y canalizar esos fondos. A diferencia de Cuba,
Washington tenía entrada directa dentro de Venezuela, y así comenzaron a
ampliar las redes de penetración e infiltración dentro de las comunidades
populares, intentando debilitar y neutralizar a la Revolución Bolivariana desde
adentro.
Del 2005 al 2006, la USAID reorientó más de 75% de sus inversiones
en Bolivia a los grupos separatistas que buscaban socavar el gobierno de Evo
Morales. Para el año 2007, el presupuesto de la USAID en Bolivia llegó a casi
120 millones de dólares. El financiamiento a los partidos políticos de
oposición y los movimientos separatistas era su trabajo principal. Tan cruda y
evidente era la injerencia de la USAID en Bolivia que el gobierno de Evo
Morales expulsó al embajador estadounidense, Philip Goldberg, del país en
septiembre 2008. Las constantes conspiraciones e intentos de desestabilizar al
gobierno de Evo fueron bien documentados y evidenciados. El embajador Goldberg
realizaba actos y eventos políticos públicamente dentro de Bolivia con grupos
separatistas, en pleno desafío del gobierno boliviano. Su expulsión fue la
marca de una Bolivia soberana, ya no subordinada al imperio estadounidense. De
hecho, el presidente Evo Morales es hoy el líder suramericano que más ha
actuado con contundencia y dignidad frente a la injerencia imperial en su país.
En los últimos dos años, la DEA (agencia antidrogas de EEUU), la USAID, y el
embajador de Estados Unidos han sido expulsados por sus constantes violaciones
de la soberanía boliviana.
Sin embargo, la agresión continúa.
El despertar de los pueblos ha abierto caminos de
integración y de unión, que jamás han existido en la historia. La creación de
la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), y su firme consolidación, ha
logrado enterrar los esfuerzos de Washington de imponer el Acuerdo de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) en la región. Otras iniciativas, como la Unión
de América del Sur (UNASUR), el Banco del Sur, Petrocaribe y Telesur, están
impulsando la cooperación Sur-Sur, y ayudando a romper las cadenas imperiales
que han mantenido éstos pueblos en la miseria y la esclavitud económica y
cultural durante siglos.
Pero Washington no ha sido complaciente frente a la
integración latinoamericana. Henry Kissinger dijo una vez que si Estados Unidos
no podía controlar a América Latina, “¿cómo iba a dominar al mundo?” La
integración y la unión de los pueblos latinoamericanos significan su liberación
y su soberanía del poder imperial que les ha dominado desde la conquista.
Mientras la integración se consolida, la agresión imperial aumenta.
El golpe de estado en Honduras el pasado 28 de junio de 2009
es un claro ejemplo. Honduras ha sido el centro de operaciones de la CIA y el
Pentágono en Centroamérica desde los años cincuenta. Las inversiones
multimillonarias que ha realizado Estados Unidos en la base militar de Soto
Cano (Palmerola), ocupada desde el 1954, la ha convertido en el punto de lanza
para las distintas operaciones y misiones de desestabilización en la región. El
golpe de estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, la invasión a Playa
Girón en Cuba, y el entrenamiento de la Contra para neutralizar y destruir a la
Revolución Sandinista en Nicaragua y aplastar cualquier otro movimiento
izquierdista en la región, fueron planificados y realizados desde Soto Cano. La
ocupación militar y el control político y económico de Honduras garantizaba a
Washington la imposibilidad del regreso del socialismo en Centroamérica, hasta
que llegó Manuel Zelaya a la presidencia.
El golpe contra Zelaya sin duda fue un golpe contra el ALBA
y un mensaje a otros países que estaban considerando unirse a esa alianza digna
y desafiante de las directivas de Washington. Pero el golpe tomó a muchos por
sorpresa, y no era porque las señales no estaban allí. Era porque había un
nuevo presidente en Estados Unidos, uno que muchos pensaban era incapaz de
ordenar un golpe de estado contra un presidente democráticamente electo. La
llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos fue desarmante para
los miles de millones que caían bajo la seducción de su discurso sobre
esperanza y cambio. Luego de ocho años de George W. Bush y la guerra de terror
que lanzó contra el mundo, un mensaje de cambio y esperanza no solamente era
refrescante, era necesario para la superviviencia de la humanidad. Pero del
mensaje a la acción, hay un largo camino. Y a veces, el mensaje es sólo para
distraer y desviar la atención, mientras todo lo demás sigue en marcha.
La Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago logró bajar
la guardia de la resistencia antiimperialista en América Latina. Las sonrisas,
abrazos e intercambios de manos, regalos y palabras bonitas entre los jefes y
las jefas de estado de América Latina y Obama indujeron un respiro continental,
y disuadieron – por un momento – las tensiones. La reacción de América Latina
frente a este perplejo representante del imperio no fue cerebral, fue
emocional. Porque de haber escuchado bien el discurso de Obama en la Cumbre,
sus intenciones imperialistas eran obvias. Llamó a olvidar el pasado, diciendo
claramente “no vine a debatir el pasa - do”, y regañó a aquellos que se
quedaban, según él, “atrapados” en el pasado. Es una actitud típica de Estados
Unidos: cometer toda clase de atrocidad hoy y mañana decir que hay que
olvidarlo. Porque, según la lógica imperial, sin olvido no hay progreso. ¡Claro,
porque si recordamos todas sus barbaridades, no seguiremos permitiéndolas! Para
los que sufren por las acciones y decisiones de Washington, está prohibido
olvidar. Para nosotros, sin memoria no hay futuro.
A su salida de la cumbre, Obama declaró ante la prensa que
su objetivo era “recuperar el liderazgo y la influencia de Estados Unidos en
América Latina”. Más claro no canta un gallo. Y la secretaria de Estado Hillary
Clinton, respondiendo a una pregunta de la prensa en camino a la cumbre, sobre
si su administración consideraba a América Latina importante, exclamó: “por
supuesto, ¡es nuestro patio trasero!”
Así que las señales estaban claras, para quienes no se
permitían la ceguera temporal, de que el imperio seguía siendo el mismo
imperio. Si este hecho no fue suficientemente evidenciado por el golpe en
Honduras, el anuncio pocos días después del acuerdo militar entre Estados
Unidos y Colombia para ocupar siete bases militares en el país suramericano no
dejaba duda ninguna.
La expansión militarista de Estados Unidos en América Latina
a través de este acuerdo militar con Colombia, y ahora también otro con Panamá
para ocupar dos bases navales en la costa pacífica, es la más grande de toda la
historia. La reactivación de la Cuarta Flota de la Armada en julio 2008 ya era
alarmante. No existe explicación ninguna para una presencia militar tan grande
aparte de la indiscutible intención de Washington para asegurar su dominación y
control sobre los recursos estratégicos en esta región. Si es necesario
utilizar la fuerza para lograr su objetivo, lo harán. Y nadie puede negar que
la simple presencia de la fuerza militar más feroz del mundo representa una
amenaza a cualquiera que no se arrodille frente a su poder.
Para el año 2010, el gobierno de Obama ha solicitado el
presupuesto de defensa más alto de la historia: 872.6 mil millones de dólares.
Los presupuestos de las agencias de subversión, la USAID y la NED, han
aumentado en 12%, y más que todo para su trabajo en América Latina, donde están
destinados 2.2 mil millones de dólares. De esa cifra, casi 450 millones de
dólares son para el trabajo de subversión directa en la región, clasificada
bajo lo que Washington llama “la promoción de la democracia”.
Los textos seleccionados para este libro, La agresión
permanente: USAID, NED y CIA, ilustran la constancia de la injerencia y su adaptación
a las cambiantes circunstancias en América Latina. Nosotros, los autores, somos
investigadores dedicados desde hace muchos años a descubrir, analizar,
monitorear, revelar y denunciar la injerencia y subversión imperial en América
Latina, en todas sus formas.
Con este conjunto de ensayos, queremos evidenciar la
permanencia de la agresión de Estados Unidos y sus aliados contra los
movimientos revolucionarios de América Latina. Queremos demostrar que esa
agresión no cesa simplemente porque un hombre de distinto color ocupa la
posición de mando en Washington – más bien, como verán en las siguientes
páginas, las amenazas imperiales se están intensificando y el peligro crece
cada día.
Las palabras de Kissinger nos indican la razón detrás de
esta esca - lada de agresiones contra América Latina. Si ya no dominan al sur
de su frontera, ¿cómo mantendrán su dominación mundial?
En un mundo multipolar, no hay imperios. La integración
latinoamericana significa la decadencia del imperio estadounidense, y esa gran
bestia peleará con toda su fuerza hasta el último momento.
Pensamos que hay una urgencia para alertar a los pueblos
frente a lo que vemos es una nueva etapa —más peligrosa— de injerencia. El
smart power (poder inteligente) de la administración Obama/ Clinton ha logrado
bajar la guardia de los pueblos, y hasta algunos piensan que por haber ganado
el Premio Nobel de la Paz Obama estará obligado de construir la paz mundial.
Mientras tanto, las bombas caen con más frecuencia sobre Afganistán, la guerra
continúa en Irak, Pakistán e Irán están en la mira, América Latina recibe
“siete puñales en el corazón”, como calificó el comandante Fidel Castro a las
bases militares del Pentágono en Colombia, la subversión y contrainsurgencia
aumentan, y dentro de Estados Unidos, crecen la miseria, el desempleo, la
pobreza y la represión.
Con este libro, también lanzamos el Centro de Alerta para la
Defensa de los Pueblos, como un espacio de combate para mantenernos informados
sobre las nuevas estrategias y tácticas de injerencia y subversión, y su aplicación
contra nosotros. Y hacemos un llamado para unir a nuestros esfuerzos y
conocimientos para combatir lo que percibimos es una agresión colectiva contra
todos los pueblos desafiantes que resistimos las imposiciones imperiales.
Noam Chomsky dijo que la integración “es una condición
previa para la independencia; si están separados los van a atacar uno a uno, pero
si están integrados habrá cierto tipo de defensa.” Frente a la agresión
permanente contra nuestros pueblos, llamamos para construir la defensa
colectiva.
Que este texto sirva como arma para la conciencia en la
batalla de las ideas.
¡Venceremos!
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Leer libro completo en : http://www.katari.org/pdf/agresion.pdf