Resistencia popular a la invasión yanqui del puerto de
Veracruz
Gilberto López y Rivas
Este 21 de abril se conmemorará el 106 aniversario de la
defensa popular contra la ocupación estadounidense del puerto de Veracruz. Una
vez más el pueblo veracruzano protagonizó una de las páginas más heroicas de la
resistencia de los mexicanos frente al intervencionismo de Estados Unidos. Como
ocurrió en la ciudad de México el 14 de septiembre de 1847, en ocasión de la
entrada de la soldadesca estadounidense, el ejército regular abandonó el puerto
sin presentar combate al invasor, y fue el pueblo que de manera espontánea y
sin un plan preciso de defensa, se lanza a las calles, levanta parapetos
improvisados, se posesiona de esquinas, azoteas, balcones y campanarios, y con
escasos pertrechos y unas pocas armas, se dispone con su lucha perdida de
antemano, a defender la soberanía y la dignidad nacionales.
El combate que se libra no podría ser más desigual. Estados
Unidos, protegiendo sus vastos intereses económicos en nuestro país (petróleo,
minas, tierras, ferrocarriles, etcétera) y pretendiendo erigirse en el árbitro
supremo del conflicto revolucionario mexicano en marcha (Ver: Friedrich
Katz, La guerra secreta en México, t. I, México Ediciones ERA,
1982), fondea frente al puerto de Veracruz, 44 barcos de guerra, tres buques
hospitales y varias unidades más de aprovisionamiento, iniciándose el
desembarco, que en cuatro días llega a situar en el terreno a más de siete mil
hombres. La fuerza expedicionaria contaba con los medios de guerra más modernos
de la época: rifles de repetición Lee, ametralladoras Gattling y Colt,
artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de municiones y pertrechos
bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota anclada en la bahía.
Con anterioridad al desembarco, los agentes estadounidenses
habían logrado neutralizar la posible participación en la
defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando del general Gustavo
A. Mass, de las tropas de Victoriano Huerta, quien dio golpe de Estado al
presidente Madero, conminándolo a no resistir y a dejar la plaza.
Efectivamente, en las primeras horas del 21 de abril, Mass se retira del
puerto, rumbo a Tejería, abandonando a la población a su suerte y llevándose el
grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras, con su
dotación de municiones, llegando incluso a olvidar, en su precipitada huida, la
bandera del batallón que comandaba, su espada y sus condecoraciones.
La resistencia popular
Al igual que en 1847, el pueblo inerme se vio de pronto
enfrentado a un hecho consumado: la cuarta invasión extranjera en menos de un
siglo, sin más medios de defensa que su profunda indignación y su decisión de
resistir. Ante la evacuación de la plaza por parte del Ejército Federal y
subestimando la capacidad de respuesta de nuestro pueblo, los yanquis ocuparon confiadas
posiciones estratégicas cercanas al muelle. En los planes estadounidenses no
esperaban encontrar resistencia en la toma del puerto. El poderío de la flota
naval y la visible demostración de fuerza expresada en el desembarco masivo,
hacía difícil suponer un ataque contra las fuerzas invasoras.
No obstante, el estupor inicial y la vergüenza del pueblo
veracruzano al propagarse la noticia del desembarco se desvanecen al escucharse
los primeros disparos aislados: un solitario y modesto policía municipal,
Aurelio Monfort, descarga airado su pistola frente a un nutrido contingente de
marines, siendo inmediatamente acribillado por el fuego cruzado de la fusilería
enemiga.
El pueblo reclama armas con exasperación, peleando incluso
por las pocas que habían sido dejadas por el ejército. Otros se arman con
algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos comerciantes. Algunos patriotas
esperan turno, en medio del combate, para recoger las armas de los caídos: se
registra un caso en el que ocho voluntarios civiles combaten con un solo rifle
por horas. Grupos de voluntarios civiles y algunos militares patriotas al mando
del coronel Manuel Contreras, se distribuyen en grupos pequeños por los
edificios y las esquinas de la ciudad sitiada.
En la Escuela Naval, los alumnos se apresuran a la lucha
bajo el mando del Comodoro Manuel Azueta, siendo la única unidad militar
organizada que resiste a los invasores. El tiroteo se generaliza. La Escuela
Naval y varios edificios de la ciudad reciben el impacto del bombardeo proveniente
de los cruceros y destructores, mientras los marines, que despertaron la
admiración del escritor Jack London, corresponsal del semanario Collier’s,
barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las regulaciones
internacionales de la guerra en esa época. No obstante la desigualdad entre las
fuerzas contendientes, el pueblo resiste con denuedo más de 24 horas; todavía
en la tarde del 22 se escuchan esporádicos tiroteos. Se dan actos de gran
heroicidad en la lucha, como el de José Azueta, exalumno de la Escuela Naval,
hijo del Comodoro, y teniente de artillería, quien empuña al descubierto una
ametralladora para lograr mayor efectividad en sus disparos, hasta que cae
gravemente herido; cuando los estadounidenses le ofrecen ayuda médica, Azueta
la rechaza y les responde: “de los invasores, no quiero ni la vida”.
Bombardeo a la Escuela Naval
De entre el pueblo se distinguen en las escaramuzas armadas
artesanos, empleados, albañiles, comerciantes humildes, hombres y algunas
mujeres que van dejando sus vidas en los puntos de mayor resistencia: Andrés
Montes, modesto ebanista, combate todo el día. Por la tarde del 21, pasa a su
casa a dejar algunas provisiones; antes de regresar a la lucha escribe una
carta a su hijo menor: “Hijo mío, si algún día vuelve a repetirse esto que está
pasando ahora, defiende a tú patria como lo estoy haciendo yo. Tu padre”. Ante
los ruegos de su esposa para que no saliera más de su casa, Andrés Molina
exclamó: “ahorita no tengo madre, ni esposa ni hijos. Sólo veo que tengo una
patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui” (María Luisa Melo
de Remes. Veracruz Mártir. La infamia de Woodrow Wilson, 1914. México:
Edición de la autora, 1966). Este héroe del pueblo cayó a las ocho de la noche
de ese día, con el estómago perforado por una bala expansiva en la esquina de
las calles de Arista e Independencia.
Niños y mujeres se dedican a cooperar en la defensa e
incluso participan en la lucha contra el invasor. Se recuerda en el imaginario
popular a América, quien recibe a los yanquis a tiros al aproximarse a la zona
de tolerancia del puerto. Sectores importantes de la colonia española ofrecen
resistencia a los invasores, registrándose muertes y heridos entre los mismos.
Bajas de los militares patriotas
Al finalizar el día 22, la resistencia termina con un saldo
de centenares de muertos por parte del pueblo veracruzano. La soldadesca
invasora hace piras con los cadáveres de los patriotas y los queman sin respeto
alguno. Muchos combatientes son hechos prisioneros y retenidos en las cárceles
durante la ocupación. Centenares de heridos fueron atendidos por un grupo de
médicos y estudiantes de medicina voluntarios que demostraron su repudio a los
invasores cumpliendo abnegadamente este trabajo.
La mayor parte de los muertos y heridos eran pueblo. Los
grupos militares que combatieron, la Escuela Naval y algunos soldados y
oficiales del 19 batallón de infantería, resistieron hasta las 7.30 de la noche
del día 21. De ellos murieron José Azueta, Virgilio Uribe, Jorge Alacío Pérez,
Benjamín Gutiérrez, de los que se registran. No obstante, la mayoría de los
aproximadamente 500 muertos en acción, se debió a los bombardeos (los cuales
London aplaude por su precisión) y la represión yanqui indiscriminada. Fueron
héroes anónimos sin lapidas ni monumentos que honren su memoria. Es más, varias
de las placas que recordaban a las víctimas de la intervención yanqui en el
muelle y en otros lugares del puerto, fueron destruidas por autoridades
municipales en un esfuerzo continuo de negar al pueblo su lugar en la historia:
borrar todo aquello que fortalezca el espíritu antimperialista de los
mexicanos. En las ceremonias oficiales que año con año se realizan en el
puerto, y que encabeza hoy el presidente entreguista y colaboracionista Enrique
Peña Nieto, se exalta sólo la figura de los militares que combatieron a un
enemigo en abstracto, que ya no se menciona, como no se menciona la
extraordinaria épica ciudadana.
La resistencia del pueblo no terminó en la lucha denodada de
los días 21 y 22 de ese abril. Testimonios de sobrevivientes que tuve
oportunidad de recoger hace unas décadas, dan cuenta de numerosos atentados
contra las tropas yanquis durante la ocupación. Se impuso la ley marcial y los
porteños fueron obligados a dormir con los balcones y las puertas abiertas,
debiendo permanecer las luces encendidas durante la noche.
La lucha por la soberanía, a la cual han renunciado los
actuales gobernantes, se dejó sentir de otras formas. Sectores importantes de
la población no se plegaron a las amenazas y los ordenamientos del gobierno
militar impuesto por los invasores. Entre ellos hay que destacar el papel
desempeñado por el magisterio del puerto, el cual en mayoría se negó a servir
al invasor, organizando un sistema paralelo al llamado departamento educativo
de los estadounidenses, a pesar de la represión y los ofrecimientos económicos
de las autoridades de ocupación. Aquí destaca Delfino Valenzuela y Elena V. del
Toro, claros exponentes del patriotismo del magisterio veracruzano. Se dieron
casos individuales de patriotismo anónimo. El guarda faros de la isla de Lobos,
cercana al puerto, fue conminado a trabajar para los yanquis, a los que
respondió: “no señor, yo no les trabajo a ustedes, yo no traiciono a mi patria,
ni les voy a trabajar por ningún dinero que me den o aunque me tengan preso
todo el tiempo que quieran” (entrevista mía a Josefa Syvain).
Entierro de José Azueta
En contraste con esta actitud valiente y digna, empleados
municipales y de aduana, comerciantes y algunas familias de la burguesía
porteña, colaboraron activamente con el enemigo, recibiendo el repudio y el
desprecio abierto de la mayoría de la población veracruzana. Los entierros de
José Azueta y del capitán Benjamín Gutiérrez, el 11 y el 23 de mayo,
respectivamente, se trasformaron en desafiantes manifestaciones de protesta por
la ocupación extranjera: miles de ciudadanos siguieron los cortejos fúnebres por
las principales calles de la ciudad. (Andrea Martínez. La intervención
norteamericana a Veracruz, 1914, SEP, México, 1982.) Bajo la autoridad
militar yanqui, el pueblo expresaba de manera clara su conciencia nacional,
refutando con los hechos la falsedad de las apreciaciones de Jack London, quien
en mayo de 1914 escribió con entusiasmo en Collier’s:
“Verdaderamente, los veracruzanos
recordarán largamente haber sido conquistados por los americanos (sic) y
rogarán por el día bendito en que los americanos (sic) los conquisten otra vez.
A ellos no les importaría ser conquistados para siempre”. (Collier’s, volumen
53, núm. 11, mayo 30, 1914)
Seis largos meses
duró la ocupación del puerto. Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas
constitucionalistas entran a Veracruz, mientras simultáneamente los invasores
yanquis se embarcaban en el muelle. Así terminaba una más de las intervenciones
de Estados Unidos a nuestro país; no sería la última.
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