miércoles, 29 de mayo de 2019

Es la guerra tecnológica disfrazada de comercial y el problema se llama 5G y la supremacía china


Ricardo Carnevali
¿El mundo está en guerra? Si, pero en una guerra de quinta generación, muy diferente a las anteriores, que la prensa hegemónica prefiere calificarla como “comercial” entre Estados Unidos y China, pero que en  realidad esconde una guerra tecnológica que es expresión de la desesperación estadounidense por el elevado desarrollo científico chino, que ha desplazado a los estadounidense al segundo lugar. Analistas europeos señalan que la quinta generación de telefonía móvil se ha convertido en la nueva arma de destrucción masiva en la guerra declarada por el presidente estadounidense Donald Trump a China. El veto de Washington primero a las redes y ahora a los móviles del fabricante asiático de dispositivos móviles es una declaración de guerra que va mucho más allá de las hostilidades arancelarias, indican. Google anunció que dejará de dar soporte a los smartphones de la empresa china Huawei, tras lo cual millones de consumidores de estos dispositivos móviles quedaron perplejos ante la posibilidad de que se celular podía convertirse en un cascarón vacío, porque Android, el sistema operativo con el que funcionan, ya no dispondría de actualizaciones del sistema de Google.La pulseada nada amistosa es reflejo de la profunda preocupación estadounidense por una primacía china en la carrera militar y el 5G figura en el centro de esa inquietud (China tiene un adelanto de ocho meses respecto de EEUU), perdiendo la supremacía tecnológica, algo a lo que no estaban acostumbrados en más de trece décadas.
En un informe al Congreso estadounidense, el ministerio de Defensa señala que el desarrollo de las chinas Huawei y ZTE y advierte del esfuerzo de Pequín por “construir grandes grupos empresariales que logren un rápido dominio del mercado con un amplio abanico de tecnologías complementa directamente los esfuerzos de modernización del Ejército y trae consigo implicaciones militares serias”.
El temor a que China controle las comunicaciones y los datos en el futuro es lo que convierte lo que parecía una guerra comercial en una puja trascendental en la industria tecnológica y, en el fondo, en la génesis de una posible carrera armamentista. Es decir, que el problema no es el móvil, ni el 5G a secas, sino todo lo que Pekín pueda llegar a desarrollar con esa red más allá de los usos civiles. Por eso, Washington también se plantea vetar a la compañía china de video vigilancia Hikvision.
Por su parte, Ren Zhengfei, fundador y presidente de Huawei, indicó que “El 5G no es una bomba atómica; es algo que beneficia a la sociedad. No deberíamos ser el objetivo de Estados Unidos solo porque estemos por delante de ellos en 5G”. Es que la quinta generación de telefonía móvil, está revolucionando la industria y la vida cotidiana y no debiera –como pretende Donald Trump al incluir en una lista negra a las firmas chinas- convertirse en un arma de destrucción masiva.
Esta decisión del gobierno estadounidense condena a la obsolescencia a millones de dispositivos, es el primer aviso ante la realidad: gracias a la quinta generación del móvil funcionarán los coches autónomos y los robots industriales podrán procesar en tiempo real cualquier orden, lo que les convertirá en máquinas eficientes y casi humanas, capaces no solo de sustituir a operarios de una fábrica sino a un cirujano en un quirófano para realizar una operación a distancia.

El 5G

Para Ramón Muñoz, analista de El País de España, “El 5G marcará el comienzo de lo que llamamos la era de la invención. Es mucho más profundo que lo que vimos antes con el paso al 4G o cualquier avance anterior. Y no es una exageración. El 5G y la inteligencia artificial significarán miles de millones de elementos conectados, enormes cantidades de datos y todos ellos en la nube”.
Sin duda, cambiará la forma de compartir archivos, las compras online o la reproducción de contenidos”, según Cristiano Amon, presidente de Qualcomm. Dará paso a la cuarta revolución industrial gracias a saltos de innovación, que suponen una disrupción tecnológica total. Las conexiones 5G son 10 veces más rápidas (en laboratorios se alcanzan velocidades 250 veces superiores) que las 4G actuales. Gracias a esa inmediatez se podrá ver contenidos con calidades inimaginables en realidad virtual o en la televisión en 8K.
Además, esta tecnología multiplica por 100 el número de dispositivos conectados con el mismo número de antenas, lo que resuelve el problema de la cobertura en grandes aglomeraciones, como estadios de fútbol y conciertos y reduce a una décima parte el consumo de batería de los dispositivos (alarmas, células o chips), lo que les da mucha más autonomía.
El mayor avance del 5G será la reducción de la latencia, el tiempo de respuesta que tarda un dispositivo en ejecutar una orden desde que se le manda la señal. Cuanto más baja, más rápida será la reacción del aparato que se accione a distancia. El 5G reduce ese retardo a un milisegundo, una repuesta instantánea que es la que permite que la conducción autónoma sea segura, pero también dirigir a distancia los sistemas de comunicación, seguridad o defensa.
De ahí que Trump haya centrado toda su artillería en Huawei, porque domina la construcción de redes 5G. Lo que estamos viviendo es la honda preocupación estadounidense por una primacía china en tecnología y, también, en la carrera militar. Y el 5G chino figura en el centro de esa inquietud.
El general retirado James L. Jones advertía en febrero al Atlantic Council –uno de los grandes laboratorios de idea estadounidense- que “La tecnología 5G de Huawei es la versión siglo XXI del mitológico Caballo de Troya. “Si China controla la infraestructura digital del siglo XXI explotará su posición para sus propósitos de seguridad nacional y tendrá una influencia coercitiva en EE UU y sus aliados, ya que estas redes procesarán todo tipo de datos, y China desde luego las usará para llevar a cabo espionaje”, afirmaba.
Jones agregó: “la expansión del 5G chino amenazará la interoperabilidad de la OTAN, ya que EEUU no podrá integrar su red 5G segura con ningún elemento de los sistemas chinos”. Al presidente estadounidense lo convencieron de que Huawei puede instalar en las redes una capa oculta (lo que se conoce como puerta trasera) con la que el Pekín controlará las comunicaciones de todo el mundo, incluyendo EE UU.
De nada sirvió que Huawei insistiera en que esa acusación es falsa y ofreció a cualquier autoridad el acceso a sus redes para que puedan comprobarlo por sí mismas. Sin dudas, China tiene muchas armas tecnológicas y comerciales en su arsenal para responder al desafío: es el primer inversor mundial en innovación y su retirada de los países occidentales causaría daños considerables y puede cortar el grifo de las exportaciones de los metales raros, imprescindibles para los teléfonos móviles.
Pero sin duda, la más temible es que aplique los planes de contingencia que dice tener para esquivar el aislamiento estadounidense (el plan b del que habla Huawei) y desarrolle un sistema operativo que reemplace a Android y acabe con el casimonopolio de Google, con una cuota de mercado del 85%.
“Nuestras tecnologías 5G van al menos dos años por delante y serán líderes mundiales durante mucho tiempo. Nuestras estaciones base de 5G se pueden instalar a mano. No hace falta torres ni grúas ni cortar carreteras para construirlas, ya que tienen el tamaño de un maletín. Por eso es precisamente el departamento de 5G el que ha sido objeto de los ataques de los EE UU”, dijo esta semana Zhengfei en declaraciones recogidas por medios chinos.
El plan chino pasa por avanzar también en el desarrollo de sus propios chips de procesamiento y de memoria, rompiendo el cerco que le han impuesto los fabricantes estadounidenses como Intel, Qualcomm, Xilinx, Broadcom, Micron Technology y Western Digital o la británica ARM.
El desafío de Trump puede ser un tiro por la culata: los conglomerados industriales chinos como Huawei quizá pasen un duro período, pero al final estarían en disposición de destronar a los gigantes estadounidenses como Google, Cisco, Microsoft o Qualcomm, con pleno respaldo del gobierno de Washington y cuyo dominio nadie discute ahora.
Está en juego algo más que la desilusión de millones de usuarios de Huawei, señala l análisis del diario español. El 5G representará el 15% de las conexiones móviles globales en 2025, cerca del 30% en mercados como China y Europa y del 50% en EEUU. Dentro de seis años la cantidad de conexiones globales del Internet de las cosas se triplicará hasta los 25.000 millones. La pelea es si quien controla esas redes inteligentes y maneja a distancia los dispositivos tendrá su despacho en Pekín o en Washington.
En Europa, Huawei tiene una cuota de mercado del 35% (60% en España) en las redes de nueva generación. Más de 2.500 patentes relativas al 5G llevan su nombre y tiene contratos con unos 40 operadores. Si estos, incluyendo los españoles (Telefónica, Vodafone y Orange), secundan el bloqueo a Huawei, les sería imposible desplegar a tiempo una red 5G. De hecho, Europa ya va con retraso respecto a países como EEUU, Japón, China o Corea. Solo Nokia y Ericsson le hacen sombra, pero la tecnología y despliegue de la firma china son más avanzados y menos costosos, reconoce el análisis de El País.

Tensión y amenazas en busca de un acuerdo

La tensión ya venía desde la administración de Barack Obama, pero en este gobierno nutrido de halcones en materia comercial y bélica, es la que ha apretado con una presión contradictoria, ya que pese a la escalada de los últimas semanas pugna por sellar un gran acuerdo comercial con China.
Las proporciones de una guerra económica entre Estados Unidos y China son mayúsculas. El flujo comercial entre ambas potencias mueve unos 2.000 millones de dólares diarios y el actual grado de interconexión entre producción, suministro y finanzas provoca que el pulso, en realidad, afecte a medio planeta. Para Washington, la complicidad de la Unión Europea y el resto aliados en la presión contra Pekín resulta básica, pero la respuesta es mucho más fría de lo que la Casa Blanca querría.
Sin embargo, tras 11 rondas de conversaciones realizadas en ambas capitales, el conflicto lejos de acercase a una culminación exitosa, ha escalado incluso con la decisión de imponer nuevos aranceles por parte de Estados Unidos justo cuando estaba por comenzar la realización de ese décimo primer encuentro bilateral que se habría de realizar en Washington durante la segunda semana de este mes de mayo.
El 10 de mayo Estados Unidos aumentó los aranceles a las importaciones chinas por un valor de 300 mil millones de dólares elevándolos de 10 a 25%, a lo que Pequín respondió anunciando un plan que se propone introducir gravámenes sobre las importaciones estadounidenses a partir del 1° de junio por valor de 60 mil millones de dólares.
Pero el verdadero eje del problema es que China va logrando una superioridad tecnológica respecto de Estados Unidos que la coloca en una mejor posición para avanzar en su desarrollo hacia una economía fortalecida que la puede colocar en las próximas décadas en la vanguardia económica del planeta.
A través del Plan de la Nueva Ruta de la Seda China ha generado un mecanismo que trae prosperidad no sólo a su país sino a otros pueblos, corroyendo con ello el sistema mediante el cual se usan las relaciones económicas internacionales como instrumento de opresión, subordinación y miseria para la mayor parte de la humanidad, señala el analista Sergio Rodríguez Gelfestein.
Es más, el gobierno de Trump ha decidido incrementar la utilización de Internet como un dispositivo masivo de espionaje y persecución a los actores, individuales o colectivos, que no son funcionales a su supervivencia como superpotencia.

Beligerancia virtual ante la pérdida de liderazgo

Los niveles de beligerancia virtual y su calculada difusión pública denotan la pérdida del liderazgo global y dentro de esa lógica debe explicarse el recrudecimiento del hostigamiento a quienes difunden documentos incómodos para el Departamento de Estado, como los casos de Julian Assange (fundador de WikiLeaks), Chelsea Manning y Edward Snowden (acusados de filtrar información confidencial).
Tampoco se puede olvidar la manipulación electoral con la que Trump llegó al gobierno en 2016, de la que Cambridge Analytica ha sido parte, que se inscribe en una lógica que articula al mundo público con el privado y lo militar con lo cultural.
Las recientes medidas dispuestas por las agencias federales de Washington, de considerar el conjunto de la web como un dispositivo asociado a la lógica de la inteligencia militar, con la creación en noviembre último de la Cybersecurity and Infrastructure Security Agency (CISA), dependencia del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), una de cuyas primeras acciones fue la implementación, con la Agencia Nacional de Inteligencia-Geoespacial (NGA), del sabotaje contra la infraestructura energética de Venezuela.
Los analistas de inteligencia señalan que la operación sobre la red eléctrica se llevó a cabo mediante la combinación del virus Duqu 2.0, (variante del Struxnet, utilizado en 2010 contra la central nuclear de Natanz, cercana a Teherán) y la utilización de Pulsos Electromagnéticos (EMP). ofensiva asumida tácitamente por el propio Trump al firmar la Orden Ejecutiva del 26 de marzo, en la que establece la incorporación de aparatología de EMP, “como un factor en la planificación de escenarios de defensa”.
En ese decreto (“Coordinación de la resiliencia nacional a los pulsos electromagnéticos”) se encomienda a las agencias federales desarrollar capacidades para evitar ataques y/o dañar “total o parcialmente equipamientos eléctricos y electrónicos dentro de su radio de acción con emisiones de energía electromagnética de alta intensidad y radiación”, recuerda el experto argentino de CLAE, Jorge Elbaum.
La ofensiva se orienta a la manipulación de la red para privilegiar la circulación de información de corporaciones estadounidenses, relegando a reales o potenciales competidores (chinos y europeos) a una ínfima visibilización o su literal desaparición en Internet.
En contraprestación, CISA exige a las empresas estadounidenses, beneficiarias de las prácticas de segregación monopólica, la transferencia y acceso a la información disponibles en sus servidores, con el objeto de ampliar el material disponible para el diagnóstico y análisis de Big Data, orientado al supuesto combate al “narcoterrorismo”.
Según Elbaum, sus objetivos estratégicos incluyen la redefinición de la web como un territorio de control geoglobal para contribuir al análisis y la observación del resto de los países del mundo, de sus circuitos comunicaciones soberanos (y de sus ciudadanos), basándose en que Internet fue un desarrollo de EEUU y, por ende, dispone de prerrogativas sobre su vigilancia e intervención.
Asimismo, la reconfiguración de su entramado y estructura para permitir su utilización en la persecución de enemigos, opositores o actores (políticos y/o corporativos) disfuncionales respecto a sus intereses económicos, comerciales, energéticos y financieros, lo que incluye la exclusión de sitios y portales y la proscripción de aquellos que son considerados críticos para su seguridad, incluidos los competidores empresariales.
Otro de los objetivos estratégicos es el despliegue de esquemas de ciberguerra contra estados que cuestionan /disputan el liderazgo estadouniodense y/o que se pliegan a formas de integración autónomas a su control, y/o que deciden utilizar divisas de intercambio comercial ajenas al dólar.
El economista y catedrático español Juan Torres López llama la atención sobre el ataque de Trump a Huawei, que según él es un posible factor de desestabilización en las bolsas de valores mundiales, que están ya de por sí muy altamente desestabilizadas.
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Ricardo Carnevali, Doctorando en Comunicación Estratégica, Investigador del Observatorio en Comunicación y Democracia, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) Fuente original: http://estrategia.la/2019/05/28/es-la-guerra-tecnólogica-disfrazada-de-comercial-y-el-problema-se-llama-5g-y-la-supremacía china.

jueves, 23 de mayo de 2019


Investiga Pemex "huachicoleo" con gasolina donada

Tulio Ortiz Uribe
A petición del gobierno de Marcos Covarrubias Villaseñor, en septiembre de 2014 Petróleos Mexicanos (Pemex) donó a Baja California Sur un millón 250 mil litros de gasolina magna y un millón 250 mil litros de diésel. 

Con esta acción se atenderían carencias en "infraestructura vial, hidráulica, salud; obras de desarrollo urbano, vivienda y  proyectos productivos", como una contribución de la paraestatal al mejoramiento social, económico y ambiental del estado.

Aunque la prioridad de esas donaciones eran las regiones donde Pemex realiza sus actividades extractivas, para así desactivar posibles conflictos sociales, algunas entidades sin industria petrolera fueron privilegiadas con la entrega de combustibles y asfalto en el sexenio pasado, como el caso de BCS.

Mediante el acuerdo DG/CE/066/2014 y ficha de donación GRDS/DE/148/2014, el estado recibió los combustibles (con un valor en ese año de 30 millones 669 mil 443 pesos), a través de la Gerencia de Responsabilidad y Desarrollo Social, como se describe en un informe entregado a este reportero mediante la solicitud de acceso a la información con folio 1857200072319.


Otra forma de huachicoleo

Un año después de la entrega, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) encontró evidencias de que gasolina y diésel donada a gobiernos estatales, se vendía ilegalmente a través de las estaciones de servicio, quienes la recibían de Pemex para ser entregada mediante vales a los vehículos del gobierno.

En su informe de resultados del 2015, la ASF comprobó que el volumen de combustible entregado a las gasolineras por donativos en varios estados en ese año fue de 81 millones de litros, de los cuales se desviaron 13 millones 389 mil litros de gasolina y diésel.

En su dictamen, el órgano auditor concluyó que la Gerencia de Responsabilidad y Desarrollo Social (GRDS) "no supervisó conforme a la normativa que los productos petrolíferos no fueran objeto de venta, traspaso, transferencia o permuta a otro donatario o tercero".

Esta modalidad de huachicoleo podría representar pérdidas anuales por mil millones de pesos, según un reporte confidencial de la petrolera. El caso involucró a Hidrosina, el mayor grupo gasolinero del país, el cual administra cinco gasolineras en el estado: Servicio Kino, Servicio Aramburo, Auto Servicio Las Garzas, Auto Servicio Tabachines y Auto Servicio Boulevard.

Esto motivó que la Dirección Corporativa de Pemex realizara una investigación y análisis más a fondo de los informes rendidos a la petrolera por los estados, para detectar probable uso de convenios de donación para sustraer combustible y desviarlo para su comercialización.

En el informe que envió el ingeniero Salvador Adrian Pérez Ramírez, en ese año secretario de Planeación Urbana, Infraestructura y Ecología (Sepuie) del gobierno del estado de BCS, al ingeniero Bernardo Bosch Hernández, gerente de Responsabilidad y Desarrollo Social de Pemex, el 29 de julio de 2015, los auditores encontraron serias inconsistencias, como el hecho de que no se haya comprobado mediante vales o algún otro documento expedido por las estaciones de servicio, el destino de los 2 millones 500 litros de combustible (gasolina y diésel).

Otra inconsistencias: en el documento se afirma que 80 vehículos al servicio de la Dirección de Maquinaria Pesada y Pavimentación; de la Junta Estatal de Caminos; de la oficina del Secretario de Sepuie y de la Dirección de Obras Públicas, consumieron 945 mil 973 litros de gasolina en un lapso de seis meses. Esto representa un promedio diario de 89.5 litros por vehículo, lo cual, según los auditores, excede la capacidad del tanque de combustible y además les permitiría recorrer 895 kilómetros por día (incluyendo fines de semana), lo cual resultaría fuera de lógica.
Una más: un vehículo de la Secretaría de Salud, "gastó" 58 mil 774 litros de diésel en 180 días, lo que da un consumo diario de 326.5 litros, esto indica que su depósito habría sido llenado cuatro veces diarias a su capacidad de 80 litros.

En el concentrado se afirma que 36 vehículos de la Secretaria de Salud consumieron 27 mil 913 litros de gasolina, pero en el cuerpo del informe no se proporcionan datos de los automotores como marca, modelo, tipo, placas o número de serie.

Asimismo, se reporta que siete vehículos de la oficina del secretario Pérez Ramírez gastaron 100 mil 279 litros de gasolina magna, lo que da un promedio de 80 litros diarios, incluyendo fines de semana y días festivos.

Finalmente, al revisarse el gasto de combustible diésel, el reporte de la Sepui indica que 83 vehículos de diversas dependencias consumieron supuestamente 85.5 litros diarios.

Por las anomalías detectadas, la ASF recomendó a Pemex iniciar una investigación y sancionar a los funcionarios que omitieron verificar el uso y destino del combustible donado.
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miércoles, 22 de mayo de 2019


La extorsión. Un reportero canalla contra la élite estadounidense.

La comunidad empresarial que nos gobierna en secreto

Matt Kennard*

Empecé a trabajar de periodista en The Financial Times poco después de que se desatara la crisis financiera y en el momento culminante de la llamada “Guerra contra el Terror”. Yo era un joven y ambicioso reportero que trabajaba en uno de los periódicos serios más respetados del mundo y estaba listo para contar la verdad. Aprendí muy pronto que aquel no era un lugar donde hacerlo. Quizá debería haberlo imaginado. Poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, se me abrieron los ojos parcialmente. Cuando en el año 2003 sonaron los tambores de guerra, me enteré de que, a pesar de que Estados Unidos y el Reino Unido promovían el ataque a Sadam Husein, en la década de los ochenta le habían apoyado. El hombre a quien presentaban como la encarnación del diablo había sido nuestro colega unos cuantos años antes. Poco después vi cómo a mi gobierno no le importaba en absoluto reescribir informes de los servicios de inteligencia para engañar a sus propios ciudadanos y meterlos en una guerra de todo punto ilegal. Pensé, quizá con ingenuidad, que trabajar en The Financial Times me permitiría seguir aprendiendo cosas, y en algunos aspectos estaba en lo cierto, aunque lo que aprendí no fueron las lecciones que ellos pretendían darme. Allí viví expuesto a la otra cara de esta moneda de la industria de la guerra: el mundo de las altas finanzas. Esas guerras no eran el vanidoso proyecto de unos dirigentes crédulos, eran tan solo la fase más reciente de la prolongada guerra de las élites mundiales contra los pueblos de nuestro mundo, librada con el fin exclusivo de engordar sus cuentas de resultados. Vi muy de cerca a los verdaderos gobernantes del mundo: no eran los políticos, sino los multimillonarios que se esconden detrás de ellos, lo marionetistas que lo movían todo. Me habían destinado a su órgano de comunicación, de modo que levantar alarmas no era, dicho con cortesía, lo más adecuado.

Durante los años siguientes fui testigo de primera mano de lo poderoso que es el sistema propagandístico que da cobertura a estos extorsionistas. Es casi imposible enfrentarse a ellos a título individual desde dentro (lo intenté). Trabajaba en The Financial Times en Washington DC y en Nueva York, pero durante toda esa época también viajé mucho e informé desde cuatro continentes, más de una docena de países y similar número de ciudades de Estados Unidos. Todo lo que veía contradecía lo que me habían contado acerca de cómo funciona el mundo. Pero, mientras lidiaba con mi trabajo, en lo más profundo de mi mente sabía que, como periodista, expresar esta contradicción no era buena idea: hacerlo afecta negativamente, de inmediato, a tu carrera, y supongo que esa es la razón por la que muy pocos dan ese paso. Si hablas mal de los extorsionistas, bueno..., enseguida eres antiestadounidense, odias la libertad, amas a los terroristas, etcétera. Este tipo de “entrenamiento” ideológico alcanza su máxima potencia en los medios de comunicación que apoyan la extorsión del mundo occidental, que es donde antes trabajaba yo —también ayudan a diluir el pensamiento independiente—. En realidad, me enseñaron esta filosofía de mantener los ojos cerrados cuando fui a cursar un máster en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en Nueva York; al parecer se trata de la mejor del mundo en su disciplina, pero es esclava de la extorsión y sus mentiras, como el resto de las élites estadounidenses. Y los intentos por sacarme de la cabeza estas ideas críticas prosiguieron a medida que iba ascendiendo en la jerarquía del aparato ideológico. El día que me marché de The Financial Times, por ejemplo, mi jefe me dijo claramente: “Lárgate y dedícate a esas cosas tuyas para ‘salvar el mundo’; tal vez puedas regresar cuando crezcas un poco”. Seguí su consejo, pero no volveré. En cambio, presento aquí, con los ojos bien abiertos, el reportaje que ellos jamás mandarían a la imprenta.

Los extorsionistas
Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial ocupando una posición de poder mundial sin parangón. Europa occidental y la Unión Soviética estaban destruidas tras seis años de una guerra devastadora y las estructuras imperiales que antes gobernaban la mayor parte del mundo se estaban desmoronando. En ese periodo, los estadounidenses experimentaron una milagrosa recuperación de la depresión económica que había azotado al país desde el crac de Wall Street de 1929, labrándose conscientemente su posición de número uno durante la guerra. Cuando en 1945 esto se hizo realidad, el centro de atención pasó a ser la ampliación de la cartera de clientes de las élites estadounidenses, instaurando de ese modo la extorsión una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.

Steven Pinker, psicólogo evolucionista de Harvard, me contó en una ocasión que el poder pervierte las nociones humanas de moral y justicia: “Dominación, imparcialidad y asociación son tres modalidades de pensamiento muy distintas para abordar las relaciones. Quien ocupa el poder tiende a no pensar en sus relaciones con sus peones o los de otros en términos de imparcialidad”, decía. A las élites estadounidenses, sus poderosos agentes empresariales y los gobiernos aliados (con independencia del partido político) los mueve la dominación, no la imparcialidad. Quien ocupa el poder lo sabe, es a la población a la que se miente. Como es natural, la necesidad de pinchar la burbuja propagandística no es nueva. Desde tiempos inmemoriales, todos los emperadores, caciques y superpoderosos han alimentado a propósito la mitología sobre sus actos para utilizar la buena voluntad de sus pueblos y llevar a cabo sus empresas delictivas. El historiador Cornelio Tácito lo expresó mejor en el momento culminante del dominio romano: “Los romanos crean un desierto —escribió— y lo llaman paz”. Los mitos que se dispensan a los estadounidenses desde su más tierna infancia —una formación ideológica que además trasciende sus fronteras— siguen presentando a Estados Unidos como una imponente singularidad en el mundo del ejercicio del poder. A diferencia de todas las superpotencias anteriores, Estados Unidos es una potencia “moral”, impulsada por principios y valores, en lugar de por la dominación y la codicia. Estados Unidos, se nos dice, es “excepcional”; no excepcionalmente violenta, que es la verdad, sino excepcional en la medida en que tiene una “vocación superior”; es una “resplandeciente ciudad en la cima de un monte”. Una breve incursión en el mundo con los ojos bien abiertos nos muestra enseguida que esto es lo contrario de la verdad. Pero mantener bien abiertos los ojos siempre será más difícil que buscar consuelo en la superioridad moral propia y en la infamia de los enemigos. Y así arraiga el mito. Repita conmigo: cuando Estados Unidos es el responsable, el terrorismo se llama “pacificación”; la dominación se llama “colaboración”; el miedo es “estabilidad”. Es fácil.

Los creyentes
Un par de años después de mi iniciación en The Financial Times, algunas cosas empezaron a aclararse. Me di cuenta de que había una diferencia entre el resto del personal de la extorsión y yo: ellos eran los trabajadores de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, United States Agency for International Development), los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), etcétera. A medida que iba comprendiendo cómo funcionaba realmente la extorsión, empecé a considerarlos embaucadores voluntariosos. No había duda de que parecían creer en las virtudes de la misión; se imbuían de todas las teorías con las que se pretendía maquillar la explotación mundial con el lenguaje del “desarrollo” y el “progreso”. Lo percibí con los embajadores estadounidenses en Bolivia y Haití, así como con otros muchos funcionarios a los que entrevisté. 
Ellos creían de verdad en los mitos y, por supuesto, se les pagaba con generosidad para que los creyeran. Para ayudar a levantarse cada mañana a estos agentes de la extorsión, también hay por todo Occidente un ejército bien provisto de intelectuales cuyo exclusivo propósito es volver aceptables para la población en general el robo y la brutalidad de Estados Unidos y sus aliados extorsionistas. Y este sistema de adoctrinamiento está tan bien engranado con los medios de comunicación y el sistema universitario que es casi imposible siquiera adivinarlo. Recuerdo haber escrito un artículo para The Financial Times sobre el ex dictador egipcio Hosni Mubarak, a quien respaldaban más de mil millones de dólares de ayuda estadounidense; los editores eliminaron sin pensárselo dos veces la calificación que acompañaba al nombre de Mubarak: “respaldado por Estados Unidos”. Remití otro artículo con el mismo calificativo: “respaldada por los iraníes”, pero en este caso referido a la milicia libanesa Hezbolá, y fue aprobado sin ninguna dificultad. Así es como actúa el control de pensamiento y como la extorsión sobrevive con su lustre moral intacto.

El poder ha corrompido por completo la mentalidad de todas esas personas. Cuando Rafael Correa, presidente de Ecuador, cerró Manta, la base militar estadounidense en su país, dijo a los norteamericanos que podían dejarla allí siempre que permitieran que Ecuador instalara una base militar en Miami. Para Washington y sus lacayos de los medios de comunicación era una ridiculez; al parecer, para ellos es “ley natural” que a Estados Unidos se le permita tener por todo el mundo centenares de bases militares que desfiguren los Estados soberanos. Así es la mentalidad imperial que ha infectado a la totalidad de las élites estadounidenses.

Lo que acabará quedando claro cuando acabe de leer este libro es que las pautas y el modus operandi de la extorsión se repiten por todo el mundo una y otra vez. Así, por ejemplo, la forma en que vi a las “agencias de ayuda” y la Fundación Nacional para la Democracia (NED, National Endowment for Democracy) sabotear a grupos que se organizaban al margen de ellos en Bolivia se repite en Ecuador, Venezuela, Brasil, toda América Latina y el resto del mundo. Los nombres de los implicados son distintos en cada caso, pero la dinámica es similar; el método de control de la extorsión, tan ingenioso y oculto, es el mismo y los nombres de los opresores son intercambiables con los de cualquiera de los extorsionistas de la “era estadounidense”. Las instituciones en las que trabajan todos ellos han servido para socavar la soberanía individual o colectiva y acrecentar el control ejercido por los extorsionistas. Tanto si las personas concretas que componen la plantilla de la extorsión son amables u horribles, buenas o malas, bienintencionadas o psicópatas..., las instituciones a las que sirven continúan liquidando el anhelo de independencia de la gente por todo el mundo.
Hay otra parte más insidiosa de este control planetario, que analizaremos también en las páginas que siguen. Además de la dominación de la élite estadounidense, la ayuda que la extorsión presta a las grandes corporaciones norteamericanas ha vuelto inevitable la proliferación de la “cultura” estadounidense, lo que ha dado lugar a una nueva dimensión del denominado “poder blando”. Pero, como veremos más adelante, los extorsionistas tienen auténtico miedo a las artes creativas. Nuestra cultura y las artes tienen el potencial no solo de dejar al descubierto la extorsión tal como es, sino de contribuir a desmantelarla. Por esta razón, los extorsionistas no dejan de apropiarse al máximo de las artes y la cultura: la CIA apoyó las artes estadounidenses durante la Guerra Fría y no cabe duda de que sigue haciéndolo.

Por tu propio bien
La extorsión es algo más que las élites estadounidenses, por supuesto, y llegados a este punto cualquiera podrá pensar que tal vez tenga algo que ver con el sistema capitalista, dicho a las claras. Sí, instituciones como el Banco Mundial representan a una amplia clase capitalista mundial, pero Estados Unidos es la potencia avasalladora que gobierna estos acuerdos, y el ejército estadounidense se encarga de hacerlos cumplir por todo el mundo en beneficio de las fuerzas capitalistas. La mecánica de la extorsión ha sido en realidad bastante continua; la estructura institucional erigida para mantener la ficción del altruismo mientras se practica la dominación salvaje ha sido reproducida por todo el mundo desde hace ya bastante tiempo. Por ejemplo, hace no mucho fui testigo del respaldo estadounidense al golpe militar de Honduras en 2009, que derrocó a un presidente elegido democráticamente para que los extorsionistas pudieran apoyar a la comunidad empresarial y sus títeres políticos. Pero, como dije antes, podemos estar seguros de que se produjo una dinámica similar cuando Estados Unidos contribuyó a expulsar del gobierno a los presidentes democráticamente elegidos Jacobo Arbenz, de Guatemala en 1954, y Salvador Allende, de Chile en 1973, lo que desencadenó décadas de tormento para la población de esos países. Las necesidades de esta extorsión saqueadora siguen siendo las de toda la clase imperial dominante, ya sea comunista o capitalista: más mercados para sus productos y sometimiento absoluto de las fuerzas populares en sus satélites.
Pero esta historia presenta un giro. Las élites estadounidenses que han engordado a base de saquear en el extranjero también libran una guerra en su propio país. A partir de la década de los setenta, los mismos mafiosos de guante blanco han ganado contra la población estadounidense una guerra que ha adoptado la forma de monumental estafa soterrada. Poco a poco, pero con firmeza, han conseguido liquidar, bajo el disfraz de diversas ideologías fraudulentas como el “libre mercado”, buena parte de lo que el pueblo estadounidense poseía. Así es el “estilo americano”, un gigantesco fraude, un grandioso chanchullo. En este sentido, las víctimas de la extorsión no están solo en Puerto Príncipe o en Bagdad, también están en Chicago y en Nueva York. La misma gente que pergeña los mitos que narran lo que hacemos en el extranjero ha erigido también un sistema ideológico semejante que legitima el robo en su propia casa; el robo a los más pobres a manos de los más ricos. La población pobre y trabajadora de Harlem tiene más en común con la población trabajadora y pobre de Haití que con las élites de su propio país, pero para que la extorsión funcione “es preciso ocultarlo”. De hecho, muchas acciones emprendidas por el gobierno estadounidense suelen perjudicar a sus ciudadanos más pobres y desposeídos. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, North American Free Trade Agreement) es un buen ejemplo. Entró en vigor en enero de 1994 y supuso una oportunidad fantástica para los intereses empresariales estadounidenses, pues con él se abrían los mercados a la prosperidad inversora y exportadora. Al mismo tiempo, miles de trabajadores estadounidenses perdieron sus puestos de trabajo en favor de trabajadores de México, donde una población aún más pobre permitía rebajar los salarios. La conclusión inevitable es que todo nuestro mundo está a merced de una comunidad empresarial de élite que lo gobierna en secreto.
Los imperativos económicos de esta extorsión doblegan incluso “la seguridad” de los trabajadores estadounidenses. Durante el conflicto de Iraq en 2003, grandes sectores del Pentágono y de la comunidad de los servicios de “inteligencia” británicos no querían atacar Iraq porque creían que aumentaría la amenaza del terrorismo. Pero el fervor ideológico del seno de la extorsión por mantener su influencia en una región con una producción petrolera inmensa era una prioridad mayor que disminuir la amenaza contra vidas estadounidenses. Por tanto, la extorsión es una catástrofe para los países pobres que le rinden sumisión, pero también para la mayoría de los estadounidenses. La élite estadounidense no está dispuesta a echar una mano a sus compatriotas.

Quizá haya quien desconozca el alcance de la dominación estadounidense o tal vez lo sospeche a medias, en cuyo caso las páginas que siguen le ofrecerán pruebas indiscutibles. Para los lectores que creen saber ya el daño causado por la política exterior estadounidense, la novedad residirá en las pruebas del daño causado en su propio país, donde la guerra contra los pobres y los trabajadores de a pie es igual de feroz. En nombre del altruismo se ha construido un vasto edificio ideológico que inflige una violencia brutal tanto contra los pobres de su propio país como del extranjero. Es preciso apuntar a sus cimientos. Como dijo Harold Pinter en su discurso de recogida del Premio Nobel, cuando se trata de Estados Unidos “nunca ocurrió. Nunca ocurrió nada. No ocurrió ni siquiera cuando estaba ocurriendo. No importaba. No era de interés”. A continuación añadía: “Los crímenes de Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, inmorales, despiadados, pero muy pocas personas han hablado de ellos. Esto es algo que hay que reconocerle a Estados Unidos. Han ejercido su poder a través del mundo sin apenas dejarse llevar por las emociones mientras pretendían ser una fuerza al servicio del bien universal. Ha sido un brillante ejercicio de hipnosis, incluso ingenioso, y ha tenido un gran éxito”.

Los medios de comunicación le harán creer que no existe ninguna extorsión, que es pura casualidad que vivamos en un mundo donde ochenta y cinco personas (¡ochenta y cinco personas!) poseen la mitad de la riqueza del mundo mientras cada año mueren de hambre más niños que los muertos en el Holocausto. Por supuesto, no es un accidente ni una mera peculiaridad de la historia, sino el resultado de una injusticia monumental y de las políticas de una mafia gigantesca. Para ayudar al planeta y a nuestra especie a sobrevivir, es necesario despertar de la hipnosis y ver la extorsión tal como es.
Ellos saben quiénes son; ha llegado el momento de quitarles la careta.
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*Matt Kennard se graduó en Periodismo en Columbia (Nueva York), y ha publicado en múltiples medios, como The New York TimesNew StatesmanThe Guardian o The Chicago Tribune. Ha sido director adjunto del Centro de Periodismo de Investigación en Londres y actualmente trabaja como freelance. Es autor del aclamado libro Irregular Army: How the US Military Recruited Neo-Nazis, Gang Members, and Criminals to Fight the War on Terror
Fuente original: https://ctxt.es/es/20190515/Politica/26088/la-extorsion-matt-kennard-estados-unidos-elites-imperialismo.htm?