jueves, 22 de agosto de 2019


La trampa de la feminidad y las nuevas masculinidades

Tasia Aránguez Sánchez
Algunas mujeres afirman que la feminidad les empodera, algunos hombres afirman estar reinventando la masculinidad que les oprime, algunas personas afirman que es necesaria una feminización de la política. Estas afirmaciones me resultan desconcertantes. Acudo a un libro de Margarita Pisano, El Triunfo de la Masculinidad, tratando de dilucidar el origen de mi estupefacción.
Pisano señala que masculinidad y feminidad tienen un origen muy distinto, de modo que no pueden abordarse con equidistancia, como si ambos géneros nos limitasen de forma comparable, como si fuesen dos cárceles: “mientras uno proviene de una experiencia de poder y omnipotencia, con una historia escrita y relatada, el otro proviene de una historia de siglos de sumisión, maltrato y marginación”. Es decir, la masculinidad es la marca del poder y la feminidad la marca de la subordinación.
En la sociedad lo que se ama y se respeta es al hombre “pues la masculinidad atrapó para sí el valor fundamental que nos constituye como humanos y humanas: la capacidad de pensar”. Dicha masculinidad pretende describir no solo a los hombres, sino todo lo humano.
“Lo que el patriarcado trajo como esencia desde su lógica de dominación- la conquista, la lucha, el sometimiento por la fuerza-, hoy se ha modernizado en una masculinidad neoliberal y globalizada”. La masculinidad eleva las contingencias de la historia del poder de los hombres a la categoría de la universalidad. Es decir, la masculinidad es la ideología del patriarcado.
El espacio de la feminidad está dentro de la lógica masculinista. “La lectura simplista de dos espacios diferenciados de género masculino y género femenino nos ha conducido a formulaciones erróneas de nuestra condición de mujeres y de nuestras rebeldías, pues estos supuestos dos espacios simbólicos no son dos, sino uno: el de la masculinidad que contiene en sí el espacio de la feminidad”.
Es decir, la feminidad no es un espacio autónomo que nos permita emanciparnos o que pueda reinventarse: la feminidad “es una construcción simbólica y valórica diseñada por la masculinidad y contenida en ella como parte integrante”.
Pisano considera que la contraposición de caracteres entre los géneros ha sido una estrategia de la masculinidad para mantener la sumisión de las mujeres y su forma de relacionarse entre ellas y con el mundo: la feminidad nos instala en el espacio privado e intocable de la maternidad.
La finalidad de la ideología de la masculinidad y la feminidad (género) es que los hombres puedan utilizar a las mujeres para: “el placer (la pareja, lo amoroso, la heterosexualidad), el uso de la reproducción (la maternidad) y por último, el poder (a través de la explotación y el trabajo de las mujeres)”. La feminidad no es un espacio aparte con posibilidades de emporaderamiento, sino una construcción de valores contenida en la masculinidad. 
La noción de masculinidad establece una frontera necesaria para diferenciar a los sujetos poderosos de las sometidas: “la masculinidad se ha construido desde una lógica anti-mujeres en términos colectivos”. La masculinidad es la cultura del patriarcado y la feminidad es solo su reverso necesario. Toda noción de masculinidad, antigua o nueva, contiene dentro de sí una frontera entre hombres y mujeres que se sostiene por oposición con lo femenino. Nos han intentado convencer de que la feminidad nos ofrece una forma alternativa de poder.
Las mujeres se aferran al pequeño poder del amor y la maternidad, que no son más que un disfraz. Sin embargo el poder ejercido por gobernantes, militares y otros hombres es claro, fuerte, violento, reconocible. Hay toda una línea feminista que busca la emancipación por medio del orgullo de la feminidad, de los valores de misma o de la reinvención de lo femenino: “tendremos que abandonar parte del cuerpo teórico producido por el feminismo que se basa precisamente en esa idea”. Y abandonaremos también el modelo de feminidad “que tenemos instalado en nuestras memorias corporales, hasta tal punto que creemos que esa es nuestra identidad”.
Hemos presentado dicha identidad femenina como rebeldía ante la masculinidad, pero la feminidad no hace más que afirmar la masculinidad: “No lograremos desmontar la cultura masculinista sin desmontar la feminidad”. Por consiguiente, Margarita Pisano expone que la masculinidad y la feminidad no pueden reinventarse, sino que deben ser abolidas. La liberación de las mujeres pasa necesariamente por la reflexión desde un espacio cultural y político no feminizado. Afirma que las mujeres avanzaremos “liberándonos de los nostálgicos deseos de permanecer en una cultura que, por más que la queramos leer como nuestra, nos sigue siendo ajena”. Por eso el principal avance del feminismo son los espacios en los que pensamos y actuamos con otras mujeres, donde rompemos con la feminidad, y nos conocemos como seres humanas completas.
En esos espacios desmontamos la desconfianza y la traición entre mujeres. Es necesario que surja un pensamiento inspirado en nuestra propia genealogía y construido a partir de los debates entre mujeres. Ese pensamiento permitirá que desarrollemos la capacidad civilizatoria de nuestra clase sexual. A propósito de estas reflexiones de Pisano, podríamos preguntarnos cuál es la tarea de los hombres en el proyecto feminista de abolición de la ideología patriarcal (masculinidad y feminidad). Más allá del oxímoron de la nueva masculinidad, los hombres podrían negarse a hacer uso de las estructuras que subyacen tras dicha ideología (y denunciar a los hombres que hacen uso de las mismas).
Me refiero a las estructuras del placer (pornografía, prostitución, valoración de las mujeres por su belleza, las partes de su cuerpo o su vestimenta, fetiche por la juventud femenina, romantización de la mujer entregada, pedestal objetificante del amor cortés, etc.), las de la reproducción (explotación de las mujeres como paridoras y cuidadoras) y las del poder (elevar a los ídolos de la cultura masculina e invisibilizar a las mujeres, explotar a las mujeres en una doble jornada para liberar tiempo propio, delegar en las mujeres los trabajos más ingratos, acaparar honores, imagen y protagonismo, acaparar la palabra, participar en cualquier evento o institución no paritaria, acaparar los liderazgos instituciones o en los movimientos de protesta, etc.).
Admito mi escepticismo ante la disposición de las personas a renunciar a aquello que les resulta útil y placentero. En la historia observamos que los derechos se conquistan y no se piden por favor ni se logran gracias a la toma de conciencia de los opresores. Por mucho que señalemos las desventajas que tiene la masculinidad para los hombres, el patriarcado les resulta indudablemente beneficioso.
Sin duda bastantes hombres encuentran placentero obtener palmaditas en la espalda por su bondad y altruismo con las mujeres, pero creo que esa motivación está muy lejos de ser compromiso feminista, pues no hace más que satisfacer la transferencia de afecto y reconocimiento de las mujeres hacia los hombres.
Aún así siempre ha habido algunos hombres que sí son auténticos aliados feministas y los sigue habiendo. Pero una organización de los hombres frente a las estructuras patriarcales encontraría acomodo fuera de la categoría de la “nueva masculinidad”, que resulta contraria al proyecto abolicionista del género característico del feminismo.