La trampa de la feminidad y las nuevas masculinidades
Tasia Aránguez
Sánchez
Algunas mujeres afirman que la feminidad les empodera,
algunos hombres afirman estar reinventando la masculinidad que les oprime,
algunas personas afirman que es necesaria una feminización de la política.
Estas afirmaciones me resultan desconcertantes. Acudo a un libro de Margarita
Pisano, El Triunfo de la Masculinidad, tratando de dilucidar el origen de mi
estupefacción.
Pisano señala que masculinidad y feminidad tienen un origen
muy distinto, de modo que no pueden abordarse con equidistancia, como si ambos
géneros nos limitasen de forma comparable, como si fuesen dos cárceles:
“mientras uno proviene de una experiencia de poder y omnipotencia, con una
historia escrita y relatada, el otro proviene de una historia de siglos de
sumisión, maltrato y marginación”. Es decir, la masculinidad es la marca del
poder y la feminidad la marca de la subordinación.
En la sociedad lo que se ama y se respeta es al hombre “pues
la masculinidad atrapó para sí el valor fundamental que nos constituye como
humanos y humanas: la capacidad de pensar”. Dicha masculinidad pretende
describir no solo a los hombres, sino todo lo humano.
“Lo que el patriarcado trajo como esencia desde su lógica de
dominación- la conquista, la lucha, el sometimiento por la fuerza-, hoy se ha
modernizado en una masculinidad neoliberal y globalizada”. La masculinidad
eleva las contingencias de la historia del poder de los hombres a la categoría
de la universalidad. Es decir, la masculinidad es la ideología del patriarcado.
El espacio de la feminidad está dentro de la lógica
masculinista. “La lectura simplista de dos espacios diferenciados de género
masculino y género femenino nos ha conducido a formulaciones erróneas de
nuestra condición de mujeres y de nuestras rebeldías, pues estos supuestos dos
espacios simbólicos no son dos, sino uno: el de la masculinidad que contiene en
sí el espacio de la feminidad”.
Es decir, la feminidad no es un espacio autónomo que nos
permita emanciparnos o que pueda reinventarse: la feminidad “es una construcción
simbólica y valórica diseñada por la masculinidad y contenida en ella como
parte integrante”.
Pisano considera que la contraposición de caracteres entre
los géneros ha sido una estrategia de la masculinidad para mantener la sumisión
de las mujeres y su forma de relacionarse entre ellas y con el mundo: la
feminidad nos instala en el espacio privado e intocable de la maternidad.
La finalidad de la ideología de la masculinidad y la
feminidad (género) es que los hombres puedan utilizar a las mujeres para: “el
placer (la pareja, lo amoroso, la heterosexualidad), el uso de la reproducción
(la maternidad) y por último, el poder (a través de la explotación y el trabajo
de las mujeres)”. La feminidad no es un espacio aparte con posibilidades de
emporaderamiento, sino una construcción de valores contenida en la
masculinidad.
La noción de masculinidad establece una frontera necesaria
para diferenciar a los sujetos poderosos de las sometidas: “la masculinidad se
ha construido desde una lógica anti-mujeres en términos colectivos”. La
masculinidad es la cultura del patriarcado y la feminidad es solo su reverso
necesario. Toda noción de masculinidad, antigua o nueva, contiene dentro de sí
una frontera entre hombres y mujeres que se sostiene por oposición con lo femenino.
Nos han intentado convencer de que la feminidad nos ofrece una forma
alternativa de poder.
Las mujeres se aferran al pequeño poder del amor y la
maternidad, que no son más que un disfraz. Sin embargo el poder ejercido por
gobernantes, militares y otros hombres es claro, fuerte, violento, reconocible.
Hay toda una línea feminista que busca la emancipación por medio del orgullo de
la feminidad, de los valores de misma o de la reinvención de lo femenino:
“tendremos que abandonar parte del cuerpo teórico producido por el feminismo
que se basa precisamente en esa idea”. Y abandonaremos también el modelo de
feminidad “que tenemos instalado en nuestras memorias corporales, hasta tal
punto que creemos que esa es nuestra identidad”.
Hemos presentado dicha identidad femenina como rebeldía ante
la masculinidad, pero la feminidad no hace más que afirmar la masculinidad: “No
lograremos desmontar la cultura masculinista sin desmontar la feminidad”. Por
consiguiente, Margarita Pisano expone que la masculinidad y la feminidad no
pueden reinventarse, sino que deben ser abolidas. La liberación de las mujeres
pasa necesariamente por la reflexión desde un espacio cultural y político no
feminizado. Afirma que las mujeres avanzaremos “liberándonos de los nostálgicos
deseos de permanecer en una cultura que, por más que la queramos leer como
nuestra, nos sigue siendo ajena”. Por eso el principal avance del feminismo son
los espacios en los que pensamos y actuamos con otras mujeres, donde rompemos
con la feminidad, y nos conocemos como seres humanas completas.
En esos espacios desmontamos la desconfianza y la traición
entre mujeres. Es necesario que surja un pensamiento inspirado en nuestra
propia genealogía y construido a partir de los debates entre mujeres. Ese
pensamiento permitirá que desarrollemos la capacidad civilizatoria de nuestra
clase sexual. A propósito de estas reflexiones de Pisano, podríamos
preguntarnos cuál es la tarea de los hombres en el proyecto feminista de
abolición de la ideología patriarcal (masculinidad y feminidad). Más allá del
oxímoron de la nueva masculinidad, los hombres podrían negarse a hacer uso de
las estructuras que subyacen tras dicha ideología (y denunciar a los hombres
que hacen uso de las mismas).
Me refiero a las estructuras del placer (pornografía,
prostitución, valoración de las mujeres por su belleza, las partes de su cuerpo
o su vestimenta, fetiche por la juventud femenina, romantización de la mujer
entregada, pedestal objetificante del amor cortés, etc.), las de la
reproducción (explotación de las mujeres como paridoras y cuidadoras) y las del
poder (elevar a los ídolos de la cultura masculina e invisibilizar a las
mujeres, explotar a las mujeres en una doble jornada para liberar tiempo
propio, delegar en las mujeres los trabajos más ingratos, acaparar honores,
imagen y protagonismo, acaparar la palabra, participar en cualquier evento o
institución no paritaria, acaparar los liderazgos instituciones o en los movimientos
de protesta, etc.).
Admito mi escepticismo ante la disposición de las personas a
renunciar a aquello que les resulta útil y placentero. En la historia observamos
que los derechos se conquistan y no se piden por favor ni se logran gracias a
la toma de conciencia de los opresores. Por mucho que señalemos las desventajas
que tiene la masculinidad para los hombres, el patriarcado les resulta
indudablemente beneficioso.
Sin duda bastantes hombres encuentran placentero obtener
palmaditas en la espalda por su bondad y altruismo con las mujeres, pero creo
que esa motivación está muy lejos de ser compromiso feminista, pues no hace más
que satisfacer la transferencia de afecto y reconocimiento de las mujeres hacia
los hombres.
Aún así siempre ha habido algunos hombres que sí son
auténticos aliados feministas y los sigue habiendo. Pero una organización de
los hombres frente a las estructuras patriarcales encontraría acomodo fuera de
la categoría de la “nueva masculinidad”, que resulta contraria al proyecto
abolicionista del género característico del feminismo.
Fuente:https://tribunafeminista.elplural.com/2019/01/la-trampa-de-la-feminidad-y-las-nuevas-masculinidades/