Nuevo aeropuerto y maestría política
Miguel Ángel Ferrer
Son muy grandes, influyentes y poderosos los intereses que empujan la construcción del llamado nuevo aeropuerto de la Ciudad de México (NAIM) en el municipio de Tezcoco: banqueros, financieros, industriales, comerciantes. Pero también son muy grandes, influyentes y poderosos los intereses que se oponen a esa obra y que se inclinan por realizarla en Tizayuca: campesinos, académicos, ecologistas, científicos honrados, luchadores sociales.
Para tomar una decisión, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha propuesto una consulta a la ciudadanía. De modo que la moneda está en el aire y puede caer en cualquiera de ambos lados.
Pero caiga donde caiga la moneda, no hay razón para hacer del tema un casus belli. Ya López Obrador apuntó la solución. Si la moneda cae del lado de Tizayuca, ésta será la sede del nuevo aeródromo. Y si cae del lado de Tezcoco, los interesados en su realización podrán llevarla a cabo. Una cosa no quita la otra.
Aunque no se ha dicho con claridad, se puede colegir que en Tizayuca el aeropuerto sería una obra del Estado, una obra pública, mientras que en el caso de Tezcoco, el propio López Obrador ha dicho con toda claridad que la obra sería con cargo a los recursos de sus promotores, es decir, que sería una obra privada.
El nuevo gobierno, desde luego, no se opondría ni se opondrá a la construcción del aeródromo en el antiguo lago de Tezcoco, pero no financiará el rapaz negocio de unos cuantos multimillonarios. Si estos ven el NAIM como un gran negocio que les dejará incuantificables ganancias, tendrán la oportunidad de realizarlo. Se combinarían equilibradamente la democracia (la consulta) y la libertad de hacer negocios.
Es claro, sin embargo, que a la oligarquía no le gusta la solución planteada por López Obrador. A los grandes capitalistas les agradan los negocios y las ganancias hechos con el dinero ajeno, no con el propio. Les gustan los riesgos pero no muchos. De modo que no se le ven muchas posibilidades a la construcción del nuevo aeropuerto en Tezcoco.
Para compensarlos un poco por la decepción, el nuevo gobierno hasta podría invitar a estos grandes capitalistas a sumarse al proyecto de Tizayuca. De cualquier forma ellos ganarían. Y todo el mundo ganaría.
Para tomar una decisión, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha propuesto una consulta a la ciudadanía. De modo que la moneda está en el aire y puede caer en cualquiera de ambos lados.
Pero caiga donde caiga la moneda, no hay razón para hacer del tema un casus belli. Ya López Obrador apuntó la solución. Si la moneda cae del lado de Tizayuca, ésta será la sede del nuevo aeródromo. Y si cae del lado de Tezcoco, los interesados en su realización podrán llevarla a cabo. Una cosa no quita la otra.
Aunque no se ha dicho con claridad, se puede colegir que en Tizayuca el aeropuerto sería una obra del Estado, una obra pública, mientras que en el caso de Tezcoco, el propio López Obrador ha dicho con toda claridad que la obra sería con cargo a los recursos de sus promotores, es decir, que sería una obra privada.
El nuevo gobierno, desde luego, no se opondría ni se opondrá a la construcción del aeródromo en el antiguo lago de Tezcoco, pero no financiará el rapaz negocio de unos cuantos multimillonarios. Si estos ven el NAIM como un gran negocio que les dejará incuantificables ganancias, tendrán la oportunidad de realizarlo. Se combinarían equilibradamente la democracia (la consulta) y la libertad de hacer negocios.
Es claro, sin embargo, que a la oligarquía no le gusta la solución planteada por López Obrador. A los grandes capitalistas les agradan los negocios y las ganancias hechos con el dinero ajeno, no con el propio. Les gustan los riesgos pero no muchos. De modo que no se le ven muchas posibilidades a la construcción del nuevo aeropuerto en Tezcoco.
Para compensarlos un poco por la decepción, el nuevo gobierno hasta podría invitar a estos grandes capitalistas a sumarse al proyecto de Tizayuca. De cualquier forma ellos ganarían. Y todo el mundo ganaría.
De nueva cuenta López Obrador da muestras de su innegable sabiduría política. Ha logrado zafarse de la trampa del nuevo aeropuerto sin conflictos mayores, sin sangre, sin muertos y sin represión. Y, sobre todo, sin perder un ápice de gobernabilidad y sin mengua de su inmensa autoridad moral frente a sus más de 30 millones de electores.
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