miércoles, 27 de abril de 2016

El efecto Porkis


Rafael de la Garza Talavera

La persistencia de un ambiente caracterizado por la violencia y la brutalidad, como consecuencia de una política de estado que se hace de la vista gorda frente al crimen organizado para mantener el poder, ha demostrado tener consecuencias en la vida cotidiana de millones de personas. La impunidad sistemática ha colocado al crimen organizado y sus prácticas como actor privilegiado, lo cual ha permeado en el estilo de gobierno, en las dinámicas partidistas, en el estilo de hacer negocios y hasta en las aspiraciones de vida de sectores acomodados de la sociedad nacional. 
Si por un momento pensamos que el narcotráfico sólo cooptaba a los sectores marginales de la sociedad -esos jóvenes sin ninguna oportunidad ni futuro, hundidos en la pobreza y la exclusión social- para ofrecerles un destello de esperanza aunque sea a costa de la vida y sufrimiento de los otros, el error está a la vista. Los Porkis en Veracruz demuestran que los sectores acomodados, sobre todo su juventud, no son ajenos a la fascinación ejercida por el estilo de vida narco. 
El que un grupo de jóvenes sin problemas económicos adopten sin rubor las maneras de apropiarse de lo que se les antoje, sin parar en mientes sobre el daño causado, es un síntoma claro de cómo el narcotráfico influye en los estilos de vida adoptados por un importante sector de la sociedad mexicana. Al hablar de estilo de vida, se rebasa por mucho el simple consumo de la narcocultura, expresada en canciones, formas de vestir y de consumir, de hablar y sentir; nos remite a la manera de concebir la vida, de asumir valores y principios en un contexto que premia la mentira y reprime la verdad, que glorifica la violencia.
En este sentido, Los Porkis asumen la violencia como un estilo de vida, como una estética que le da un sentido a sus acciones, encaminadas no solamente a proveerse de placer sino de hacerlo de manera violenta, humillando y despreciando al otro para convertirlo en objeto negado de valor humano y potenciando así la ilusión del poder. No se trata de seducir sino de violar, de someter para experimentar el perverso placer de tener en tus manos la vida ajena sin consecuencias.
Resulta evidente que las oligarquías de este país experimentan una suerte de embriaguez colectiva ante la capacidad para mantenerse en la impunidad, pero eso no podría explicar por sí mismo el hecho de que Los Porkis existan en cada rincón del país, no sólo en Veracruz. ¿Cuántas de las violaciones, feminicidios y desapariciones son cometidas por miembros de éstas oligarquías como deporte, sin fines de lucro? ¿Cuántas para presumirlas en las redes sociales sin temor a ser castigados? La descomposición de las relaciones sociales está sin duda alineada a la transformación del modelo de acumulación pero a ello habrá que agregar esta fascinación por la barbarie, materializada en la apología del delito y el narcotráfico.
La responsabilidad del caso Porkis reside así no sólo en la pobreza moral de los jóvenes corrompidos por la impunidad y la riqueza sino sobre todo del clima de impunidad y omisión sistemática de las obligaciones del estado para mantener la paz social. Al encontrarnos con que la inmensa mayoría de los crímenes no son perseguidos, y cuando lo son no necesariamente se logra hacer justicia, se está en realidad enviando un mensaje muy claro a la sociedad: todo vale, mientras tengan el poder para evitar consecuencias. Y esta responsabilidad es compartida por empresarios de todo tipo, políticos y funcionarios, obispos y banqueros, que sin mirar para atrás van dejando una estela de crímenes impunes que, al mismo tiempo, refuerzan su prestigio frente a los demás.
Sin negar la responsabilidad de la sociedad en su conjunto, la responsabilidad mayor es de los que desde el poder niegan una y otra vez la crisis humanitaria en la que vivimos. Por ellos, la violencia y la descomposición social gozan de buena salud y no se ve para cuando termine.

El efecto Porkis existe gracias a esa política de estado 
-tributaria de la acumulación por desposesión- que glorifica por un lado la violencia por la violencia, el robo y la mentira, mientras por el otro nos procura convencer siempre que puede que vivimos en una democracia sólida y respetuosa de los derechos humanos.
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Blog del autor: http://lavoznet.blogspot.mx. La Tijereta ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

viernes, 8 de abril de 2016

Cultura proletaria para el pueblo necesaria

La lucha de clases en la cultura

FRAGUA
A diario oímos hablar de la cultura: del golpe que significa para ésta el subir los costos de los museos, de un espectáculo en alguna plaza, o de Fulano de Tal que es muy culto, etcétera. Lo cierto es que este término toca diversos ámbitos y se ubica también dentro de la lucha de clases sociales. ¿Cómo es esto?

Nosotros nos desarrollamos en una constante pugna interclasista, entre unos pocos que tienen los medios de producción, los burgueses, y los que sólo tenemos nuestra fuerza de trabajo, los proletarios.

Esta compleja lucha abarca la vida económica, social y política, y aunque tiene su punto clave en la primera de ellas, mantiene un vínculo estrecho con las otras dos. Por ello es que quienes detentan el poder en la formación socioeconómica de un país, también manejan la manera en que éste se significa a través de la cultura. Así es que, en México, la burguesía controla también la cultura. Pero ¿qué es eso?

Es un sistema y una práctica de tradiciones y estilos de vida que adquirimos socialmente, eso incluye la manera pautada y repetitiva en la que pensamos, sentimos, actuamos y aprendemos (ya sea por instrucción o por imitación), así como la manera en que concebimos los significados que dan sentido a nuestra vida y acciones. Viéndolo así, lo que somos tiene mucho que ver con nuestra cultura y ésta se manifiesta en todo lo que hacemos, por lo que no se desliga de las actividades políticas o económicas que tenemos ni de las relaciones que construimos con otros seres ni con la naturaleza. Y, como producto de nuestra práctica histórico-social, refleja las relaciones de propiedad, describe la forma en la que nos organizamos y nuestras aspiraciones de clase, y expresa los conflictos, así como los fenómenos vividos y sintetizados por la conciencia social.

Por tanto, la cultura se conforma como un producto histórico que va cambiando y que está de acuerdo con las formas de producción de la vida social en cada etapa del desarrollo del hombre y con cada grupo humano, y por eso es que a través de ella construimos algunos de los imaginarios tanto de sujeción como de liberación con que contamos.
Si, como dijimos, la lucha de clases permea todas las esferas de nuestra vida, ¿cómo se vincula esto con la cultura?

A grandes rasgos, puede relacionarse un tipo de cultura con cada una de las dos grandes clases en que nos dividimos socialmente. Así, existen la dominante y la dominada. En nuestro país, donde prevalece el sistema capitalista, predomina la de quienes tienen el poder, es decir, la dominante, la cual fomenta los valores aceptados e impuestos desde las diversas instituciones; difunde y expresa el individualismo, la competencia, el rechazo o miedo a lo diferente, y el conformismo ante la situación actual, en resumen: la desigualdad y la permanencia del capitalismo.

Todo esto se ve reflejado en las expresiones artísticas o culturales auspiciadas y permitidas por el Estado, las cuales sirven a los intereses de quienes se encuentran al mando y, por tanto, promueven principalmente tres ideas:
1.- Que la cultura y el arte son temas sólo relativos o pertenecientes a la burguesía.
2.- Que es necesaria, válida e importante la competitividad en el arte: la obra tiene como fin el lucro y la comercialización y no la creatividad, el valor artístico o su aportación social.
3.- Que existe una división entre la actividad política y la cultura. Con ello se despoja a ésta de su relación con el sistema actual y su dimensión histórica y, al mismo tiempo, se reduce la capacidad de lucha y organización en torno a ella y al arte.

Con estos planteamientos se oculta el carácter de clase de la cultura, su papel dentro del modo de producción imperante y la forma en la que sirve a los intereses de las diferentes clases. Además, se evita que quienes somos trabajadores de la cultura nos reconozcamos como tales, cuando no importa si somos músicos, bailarines, actores o lo que sea, seguimos siendo explotados.

Sin embargo, a la par de la dominante, existen subculturas y contraculturas que coexisten o que le están en franca resistencia. Éstas, al ser marginales, se organizan y manifiestan de manera independiente e, incluso, en algunos casos no sólo buscan tener un lugar más reconocido dentro de la cultura hegemónica, sino construir algo nuevo, transformar al mundo en sus diferentes niveles.

Estas culturas dominadas pertenecen a las clases desposeídas, las expresan y las representan. Y su trabajo o manifestación se impulsa a través de los propios medios de sus exponentes, no es propagado por los medios masivos de comunicación, ni apoyado por empresas, consorcios o por el gobierno. A diferencia de las expresiones de la burguesía y sus aliados, la cultura dominada, la proletaria, la nuestra, expresa nuestros intereses; por ello la defendemos y procuramos.

Como trabajadores debemos impulsar un cambio radical en esta sociedad, para hacer de éste un país más libre, más justo, donde no exista diferencia entre clases. Sabemos que, de lograr nuestro cometido, la cultura y nuestras formas de expresión cambiarán, se abrirán nuevas formas de concebir al mundo, de interpretarlo y de actuar en él, y se enriquecerá nuestra producción artística y cultural. Luchemos organizados por esta transformación.
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Nota: Este artículo fue publicado como parte de la sección ANÁLISIS del No. 15 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 12 de marzo de 2016.
La Tijereta ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.